En KALAMO promovemos la paz, el amor y por supuesto los principios. Lamentablemente en la época actual es preocupante como las libertades se han convertido en libertinaje y placer del hedonismo, en donde todo se vale si soy hombre, o mujer, o si simplemente me place hacerlo. A raíz de esto hemos querido aportar desde nuestra perspectiva con nuestras habilidades distintas formas de ver el mundo y promover una transformación social basada en el amor. Hoy, desde este pequeño artículo, retomaremos un tema que podrás encontrar en nuestras redes sobre las diferencias entre hombres y mujeres, a modo de resumen se habló de un pequeño recorrido histórico de la humanidad y los papeles que ha desempeñado el hombre y la mujer a lo largo del tiempo, te invitamos a que veas este contenido en nuestro Instagram @grupokalamo para que puedas entender este artículo con más facilidad.
Partimos del concepto de poder, es una palabra que todos usamos y que poco definimos, pero en efectos prácticos es la capacidad de dominar física, emocional y/o intelectualmente a otras personas. Dicho esto, uno de los temas más comunes es la batalla de los géneros, aunque actualmente para algunos podría resultar incompleto, pues ya no se entiende como géneros binarios.
Hemos a lo largo de las guerras y los sometimientos perdido de vista lo importante, somos seres sociales que necesitamos interrelacionarnos con todo y nuestras diferencias, no solo de sexo, sino de reza, creencia, filosofía, nivel académico, económico, o cualquier otro grupo o subgrupo que se quiera agregar; todos hacemos parte de una sociedad que funciona como un reloj, ha tantas labores como oficios en el mundo, desde aquellos que se dedican a cuidar plantas, hasta los grandes administradores de empresas y estados. Todos con grandes diferencias y sus particularidades, y es que si, tal vez si le preguntamos al gerente cómo extraer un producto de la tierra sepa el proceso, pero se le dificulte realizarlo.
En este sentido, parece ser que desde pequeños sabemos cómo socialmente debería ser un hombre o una mujer y que no basta con nuestros órganos sexuales, pues extrapolamos a la forma de actuar y pensar de cada cual. Biológicamente hablando hemos evolucionado con características distintas que se han desarrollado con base en nuestra función dentro del organismo de nuestra especie, el hombre es más grande y fuerte porque se dedicaba a la caza, pero esta complexión también ha venido cambiando, ya lo decía Darwin lo que no se usa tiende a desaparecer, y claro el desarrollo tecnológico nos ha puesto en una posición acomodada en la que ha desplazado la concentración en los músculos y nos ha puesto a desarrollar nuestro intelecto.
Y en esto, sí que se reducen las diferencias, es más, podría decirse que la mujer nos aventaja porque evolutivamente ella fue la encargada de usar el cerebro, es decir, la mujer administraba la casa, educaba los niños, construía relaciones. Hay registro histórico que el hombre precolombino solo era una figura política, pero eran las mujeres quienes tomaban las decisiones de lo que pasaría en su territorio.
Hemos persistido en la lucha de ver quien manda a quien y nos hemos olvidado de la base de toda sociedad, la colaboración, y tristemente esta lucha se desvanece, pero como sociedad seguimos poniendo arandelas, como si la guerra o el conflicto fuera una imperante necesidad o simplemente un capricho del sistema, pues con la aparición de nuevos géneros, se ha despertado una nueva lucha de minorías, un nuevo conflicto de quien domina, de quien manda y de que está “bien o mal” perdemos el tiempo pensando en el otro, ocupados viendo que hacen o dejan de hacer, y sintiéndonos víctimas de esas ideas diferentes.
Hoy quiero proponer y abundar sobre el gobierno propio. Este que parte del autoconocimiento, en la cultura budista, el iluminado, ser que ha alcanzado el máximo desarrollo, no es aquel que conoce a los demás o abunda en vasto conocimiento de oficios, sino aquel que ha logrado conocerse a sí mismo y entrado en completo y absoluto control de sí; en el cristianismo lo que se busca es el conocimiento de un Dios que habita dentro de ellos, y podría seguir mencionando relatos religiosos que hablan de este nivel de consciencia.
Pretendemos relacionarnos con otros cuando relacionarnos con nosotros mismos es una tortura, hay aquellos que “odian” la soledad o le temen, pero estar solo es algo casi imposible, nuestro cerebro dispone un dialogo interno que en psicología llamamos soliloquios, estos nos permiten analizar una cosa o situación y profundizar sobre el tema, pero independientemente de si somos hombres o mujeres, muchas veces nos cuesta estar “solos” porque empieza mi mente a divagar y a pensar en cosas que no podríamos mencionar.
De lo anterior surgen varias preguntas, como ¿Qué tanto me conozco? ¿Qué cosas me permito pensar? Si esto pienso de mí ¿Qué trato espero de los demás?, ¿si tanto me cuesta dominarme a mí mismo, porque quiero dominar a los demás? Y otras que tal vez se me escapen, pero usted como lector pueda presentar en el desarrollo de este texto.
El conocernos permite saber que fortalezas y debilidades tenemos y como pueden estas estar al servicio común, hay gustos, intereses y habilidades, si todos hiciéramos todo, no seríamos una sociedad y tal vez seriamos seres solitarios como lo vemos en algunos animales como el tigre, que es capaz de él mismo buscar todo cuanto necesita para vivir. Pero este no es nuestro caso, unos somos habilidosos para cultivar, otros para cosechar, otros para transportar, otros para el comercio, y así en cada uno de los oficios que la sociedad requiere y ofrece.
Hoy la invitación es a dejar de pensar desde el letargo de una sociedad adormecida por el poder y la falta de visión colectiva que nos ha dejado nuestro sistema socio-cultural y aprendamos a convivir sacando el máximo provecho de esas habilidades, aceptando que mi debilidad es la habilidad o fortaleza de otro y que está bien, porque no funcionamos como individuos sino como un colectivo, como un equipo que saca lo mejor de cada participante de este juego de la vida al que sin duda, seguimos aprendiendo a jugar.
JUAN DAVID QUIÑONES
PSICÓLOGO