La vida humana suele estar mediada por reglas de interacción, crecemos en un mundo en el que existen etapas socialmente aceptadas que determinan los comportamientos en función de nuestro sexo, edad, género, estrato social, entre otras muchas áreas y variables. Aprendemos a comportarnos de maneras adaptativas que cambian para cada persona.
Entonces nos enfrentamos a un
reto que poco a poco se hace más visible, uno del que depende nuestra salud
mental y física, nuestra adaptación a nuestro propio entorno, y como producto
de ello nacen las emociones, y sí, tenemos tantas emociones como instantes en
nuestra vida pues estas surgen de la interacción bioquímica de nuestro cerebro
frente una situación particular interpretada en función de lo aprendido, aquel
“manual social” de lo que debería o no ser, hacer y en muchas ocasiones
parecer.
El origen de las emociones se
remonta a áreas evolutivas primarias, a punto de residir en lo que algunos
autores llamarían el cerebro reptiliano o primitivo, la amígdala. Esta es la
zona del cerebro encargada de los instintos básicos, aquellos que nos han
llevado a sobrevivir como individuos y como especie. Por eso es natural que
reconozcamos cinco emociones básicas como el miedo, la ira, el asco, la
tristeza y la alegría.
El miedo nos pone en estado de híper
alerta, nuestro cuerpo se estremece y hay una activación muscular que se ve en
pequeños temblores, nuestra sangre se desplaza hacia los músculos para
emprender acciones de supervivencia (correr, por ejemplo). La ira, aunque muy
parecida tiene un componente más racional del sentido de justicia que ha sido
creado a lo largo de nuestras vidas, por eso la sangre en vez de correr hacia
nuestro sistema muscular se concentra en la cabeza y tenemos ese enrojecimiento
propio de esta emoción, usualmente despierta un instinto agresivo que busca
restablecer la balanza de ese “sentido de justicia” que ha perdido el
equilibrio.
Por otro lado, encontramos el
asco, que nos alerta de elementos biológicos o químicos que pueden dañarnos,
nuestra reacción natural es la evitación o la huida frente a estos estímulos.
En otras palabras, cuando un alimento huele mal, nuestro cerebro identifica que
no es apto para el consumo y sentimos, asco; esto pasa con otro sin fin de olores
e imágenes, generalmente hablando, que nos alertan sobre un peligro inminente a
nuestra integridad.
Y finalmente hablaremos de la
alegría y la tristeza, dos emociones básicas que producen placer, en el caso de
la alegría o dolor psíquico en el caso de la tristeza. Dichas emociones están
asociadas directamente con aquello “beneficioso” para nosotros, por ejemplo, al
comer o al movernos generamos dos sustancias (dopamina y serotonina) asociadas
al bienestar o el placer, según como se quiera entender, y le hemos llamado a
esto alegría. Algo similar sucede cuando realizamos actividades de ocio (juegos,
conversaciones, deportes, etc.) o cumplimos metas. En contraposición
encontramos a la tristeza que está caracterizada por bajos niveles de dopamina
y serotonina al mismo tiempo que un alto nivel de cortisol, el neuro trasmisor
del estrés, y tenemos sensación de presión en el pecho, baja energía y en
ocasiones nos lleva al llanto.
A medida que hemos evolucionado,
estas emociones se han mezclado en distintas proporciones produciendo una
amalgama de emociones, que para ser gráficos podríamos asimilar como la
amalgama de colores. Sin embargo, reconocerlas se ha convertido en todo un
reto, pues en el mundo actual estamos sometidos a millones de estímulos en muy
corto tiempo, pues la virtualidad nos lleva a un fenómeno que se estudia
actualmente conocido como la sobre estimulación sensorial. Vivimos en un mundo que
poco a poco nos da menos tiempo para procesar este mundo de emociones al que
nos expone y por eso se hace necesario hablar sobre el gobierno de las
emociones.
Pues retomando las bases expuestas
al principio de este texto, las emociones influyen por completo en nuestro
actuar, nos comunicamos con base en ellas, recordamos con base en ellas, y
hacemos las cosas también con estas emociones que en ocasiones podemos o no
controlar, por eso hemos creado 5 pasos para ser más conscientes de ellas y
mejorara nuestra salud mental, física y social.
1. Identifica
los hechos de manera objetiva. Solemos realizar atribuciones del por qué sucede
algo como juicios a priori (antes de), esto actúa en nuestras emociones y suele
causarnos ira, tristeza o alegría una frase típica para ello es “me ilusioné”, analiza
detenidamente las cosas y permite que tu cerebro procese la situación más
profundamente.
2. Reconoce
la emoción básica que te invade en el momento, para ello puedes usar esta
herramienta que se usa en el entrenamiento psicológico para el reconocimiento
de emociones.
Recuperado de: https://www.albarbero.com/2021/07/la-rueda-de-las-emociones.html
La forma correcta de usarla es identificar el círculo más externo la emoción
que mejor describa tu estado e ir mirando más hacia el centro cual es la
emoción básica. Un ejemplo puede ser “inseguro” lo ubicamos en los colores
rosa, justo hacia el centro encontramos “amenazado” y hacia el centro
encontramos la emoción base que para este ejemplo sería la ira. El reconocer
esta base te da la herramienta para predecir tu forma de actuar y anticiparte a
tu respuesta, lo que nos lleva a la siguiente recomendación.
3. Comunica
tu emoción. Solemos pensar que hablar de nuestras emociones nos hace
“vulnerables” aun así, sí tu emoción interfiere en tu actuar de manera poco
favorable o asertiva, comunicar puede llevar a las demás personas a empatizar
sobre la reacción que estas teniendo frente a lo sucedido y darte una
oportunidad de actuar de una manera diferente o más congruente con lo que
realmente quisieras. El ejemplo más común suele ser cuando somos presa del
enojo y resultamos diciendo cosas de las que después nos arrepentimos y que en
ocasiones pueden marcar un acto trascendental en tu vida o la de los demás, especialmente
tus seres queridos.
4. Cuida
tu dialogo interno. Nuestras emociones de segundo y tercer nivel suelen estar
guiadas por nuestros esquemas aprendidos, en estos casos es común sentir
aquella “voz subconsciente” que nos dicta como deberíamos o no sentirnos y
actuar. Hasta aquí no suena tan grave, pero cuando esta “voz” aumenta tu ira o
tristeza, justifica tus actos de violencia en cualquiera de sus presentaciones
(verbal, física, económica, etc.) suele convertirse en un problema que puede
resultar dañándote a ti o a los demás.
5. Pedir
ayuda nunca está de más. Es por eso que solemos comunicar sucesos cargados de
emociones con nuestros amigos y familiares. Nunca está de más decir que a veces
esto puede ser una trampa, pues buscamos comunicarlos con personas que validen
nuestras acciones y por tanto nuestras emociones que a veces resultan ser
dañinas; en estos casos lo más indicado es consultar con un profesional de la
salud mental, hacerlo a tiempo te podría evitar padecimientos más graves como
trastornos emocionales y/o socio afectivos como el apego patológico, depresión
o ansiedad.
Recuerda que en KALAMO promovemos
la transformación social con amor y siempre estamos dispuestos a ayudarte con
esos retos que día a día la vida nos presenta. Por ello, no solo tenemos
espacios como este blog o los live de Instagram que semana a semana puedes ver;
también tenemos asesorías personalizadas, espacios terapéuticos y campamentos
que te ayudaran a conocer y controlar tus emociones.
“El que conoce a los hombres es sabio; / el que se conoce a sí mismo está iluminado. / El que vence a los otros es fuerte; / el que se vence a sí mismo es poderoso. / El que se contenta con lo que tiene es rico; / el que obra con determinación tiene voluntad. / El que es capaz de mantener su posición resistirá mucho tiempo; el que es capaz de mantener su influencia vivirá después de su muerte”
Lao-Tsé
JUAN DAVID QUIÑONES
PSICÓLOGO